Hace un año, lanzamos Transeúnte con la intención de explorar y resignificar el movimiento, el tránsito, y la relación dinámica entre los habitantes y la ciudad. Hoy, al celebrar nuestro primer aniversario, nos detenemos a reflexionar sobre dos figuras emblemáticas que han marcado la historia de la actividad de deambular sin rumbo fijo, permitiendo que las impresiones y vicisitudes del entorno se desplieguen en cada paso: la flâneuse y el flâneur.
El término flâneur se acuñó en el contexto de la incipiente sociedad moderna que surgió con la industrialización en el París del siglo XIX. El poeta Charles Baudelaire lo menciona por primera vez en su obra Las flores del mal ( Fleurs du mal , 1857), describiendo a un personaje que vaga sin rumbo por las calles de la ciudad, sin ningún objetivo salvo el propio acto de caminar. Sin embargo, reducir al flâneur a un simple paseante sería simplificar en exceso este complejo concepto. Para Baudelaire, el flâneur es un
observador sagaz y un crítico de la modernidad, alguien que, al deambular por las calles, se convierte en un testigo y un intérprete de las transformaciones sociales y urbanas que definieron su época.
Walter Benjamin, en su inacabado Libro de los pasajes (2007), retoma y amplía esta figura, describiendo al flâneur como un sujeto que transita por las vitrinas de una ciudad en expansión. Este individuo, que se desliza entre las muchedumbres, no se deja seducir por el consumismo emergente ni participa en el fetichismo de la mercancía. En cambio, utiliza su anonimato para observar, con una mirada distante y crítica, la lenta elevación de la mercancía como el nuevo objeto cenit de la sociedad capitalista. Según el filósofo, el flâneur no solo camina; se pierde deliberadamente en las calles, entregándose como un
médium a los ritmos y pulsaciones de la ciudad, capturando detalles insignificantes que el ojo del transeúnte habitual ignora.
Este acto de caminar sin rumbo, de perderse, le permite escapar de las demandas del trabajo instrumental y de la presión de un objetivo fijo, entregándose por completo a la libertad del anonimato. Benjamin, en su afán de descifrar el enigma de la modernidad, recorría las calles como su antihéroe Baudelaire, buscando arrancar certezas al discurso del progreso y revelando, a través de su flânerie, la voracidad del capitalismo que hoy parece atraparnos más que nunca.
Pero ¿qué ocurre con la figura femenina de esta historia? ¿Dónde están las flâneuses? Durante siglos, las mujeres fueron invisibilizadas o denostadas en el espacio urbano, relegadas a una existencia marginal en la narrativa de la ciudad. Sin embargo, como señala la periodista cultural, ensayista y traductora española, Anna María Iglesia en su libro La revolución de las flâneuses (2019), estas mujeres también existieron y caminaron por las calles, reclamando una voz propia y un lugar en la ciudad.
Iglesia lo resume con contundencia: “No se trata solo de reivindicar el papel de la paseante como flâneuse , sino como crítica, como ensayista, como voz pública”. Lo que se reclama, además del espacio, es la palabra. Este recorrido histórico por las flâneuses es un manifiesto literario y feminista que reivindica el caminar como acto de insubordinación y exige el derecho de las mujeres a existir en solitario, a mirar sin ser vistas, y a reclamar la ciudad como un espacio de igualdad.
Salir a la calle se convierte en un acto de reivindicación para la flâneuse . Al caminar, no solo desafía las normas sociales que tradicionalmente la excluyen de los espacios públicos, sino que también reclama la ciudad para sí misma. Con cada paso, la caminante se apropia del espacio urbano, no como una observadora pasiva, sino como una crítica activa, una ensayista que convierte su deambular en un acto de insubordinación y resistencia. Este recorrido es mucho más que un simple paseo; es una declaración de autonomía y poder, una afirmación de que las mujeres tienen el derecho de existir en la
ciudad en igualdad de condiciones.
En Transeúnte, creemos que el acto de caminar es mucho más que un simple desplazamiento; es una forma de producir y resignificar el espacio urbano. La ciudad no es solo un conjunto de edificios y calles; es un organismo vivo, moldeado por las miradas, pasos y movimientos de quienes la habitan. Según la Real Academia Española, un transeúnte es aquel que pasa de un lugar a otro, pero en nuestro contexto, es mucho más que eso; es alguien que transforma el espacio con cada paso, que incide en la ciudad y en quienes la habitan, generando un movimiento que reverbera más allá de su propia existencia.
Este primer año ha sido un testimonio de cómo los habitantes de la ciudad no están estáticos; salen de sus casas, recorren plazas, parques y calles, resignificando la ciudad como un espacio vital de su hábitat.
Qué bello poder leer del poder de caminar. Caminar como un acto de rebeldía, de revolución, y de creación.
Estimada Alejandra,
Gracias por ser una paseante de la ciudad junto con el equipo del Espacio Cultural Infonavit.
¡Qué buena entrada! Sin duda, caminar en nuestras ciudades es un acto más complejo de lo que parece.
Gracias por tu comentario Lessly. Sigamos caminando y transformando la ciudad.